Que ver en Corcubión

Corcubión, terra de sosego e bravura

Patrimonio Cultural

A Furna de Don Liborio

Patrimonio etnológico

Al pie de los acantilados de donde se localiza el Castillo del Cardenal existe una gruta (furna en gallego) con tres entradas conocida como A Furna de don Liborio.

Cuenta la leyenda la existencia de un pasadizo subterráneo que conduce de la fortaleza a la gruta y que, entre otras muchas funciones, era utilizado para arrojar los cadáveres de los condenados al mar.

Durante los trabajos de reparación que se estaban realizando en el castillo como consecuencia de la guerra contra los franceses de 1809, los operarios comenzaron a oír unos quejidos que salían de una hendidura de uno de los muros. Llevados por la curiosidad derribaron parte de los que resultó ser un falso tabique y encontraron una escena macabra. Corrieron asombrados a comunicárselo a las autoridades, que se trasladaron al lugar y comprobaron, tras derribar el muro, la existencia de un cuerpo momificado que fuera emparedado y que presentaba un aspecto terrorífico.

Decidieron descolgar el cadáver para examinarlo. El forense, al practicar la autopsia, observó que de entre los harapos del difunto asomaba, colgado de una pequeña cadena, una bocha de cristal que en su interior contenía un manuscrito. Uno de los presentes leyó el documento en voz alta, que resultó ser la sentencia que explicaba el cruel castigo. El cuerpo correspondía a don Liborio, un próspero hombre de negocios que vivía en Corcubión a mediados del siglo XVIII.

Un desafortunado día, don Liborio fue acusado como sospechoso de la muerte de la hija de una criada. La chica se llamaba Hermelinda, y cuentan que era la criatura más bonita y encantadora que naciera en el pueblo en muchos años. Su cadáver apareció escondido entre los muros de una cuadra pegada la vivienda de don Liborio. Tras ser sometido a un duro interrogatorio, fue declarado culpable del asesinato de la doncella y, en reciprocidad a su terrible delito, condenado a morir emparedado.

Después de debatir, los allí presentes decidieron deshacerse de los restos del emparedado. Metieron al difunto en un cajón y lo arrojaron por el túnel que llevaba hasta la gruta a pie de mar. De allí a poco tiempo, mientras el cadáver se hundía en el agua, se oyó un quejido aterrador y una luz cegadora que salió del interior de la gruta, iluminando toda la noche. A medida que el cajón con los restos de don Liborio se hundía en el mar el quejido y la luz cegadora se fueron desvaneciendo. En las duras noches de invierno, cuando el bravo temporal azota con fuerza la Costa da Morte, todavía se escucha el desesperado quejido del desventurado don Liborio, que clama con ira contra la injusta sentencia. Su cólera se calma cuando emerge del mar una luz cegadora que penetra en la gruta. Muchos dicen que esa luz no es otra que el alma de la bella Hermelinda que llega del otro mundo para reconfortar al pobre don Liborio.