Que ver en Corcubión

Corcubión, tierra de sosiego y bravura

Patrimonio Cultural

Fábricas de salazón

Patrimonio industrial

Tal y como explica Santiago Llovo Taboada en las primeras páginas de su libro As salgaduras de Carnota, a principios del siglo XIX era frecuente llamar almacenes o fábricas de sardina a las fábricas de salazón. Esto se debía a que la sardina era el principal producto que contribuyó al desarrollo económico de la zona costera gallega, si bien también se secaban y ahumaban otros como el congrio, la merluza o el pulpo.

En la transformación de nuestra costa tuvieron mucho que ver los llamados fomentadores catalanes, que ya desde mediados del siglo XVIII fueron llegando a nuestras rías. En un principio venían sólo a trabajar durante la temporada de la sardina, regresando después a su tierra con el producto elaborado. Pero ya a finales del siglo XVIII y principios del XIX los catalanes empezaron a construir compañías para explotar la sardina y se asentaron en Galicia construyendo salazones de piedra, aunque, al principio, se instalaron en lugares donde ya había alguna actividad pesquera y que contaban con buena defensa, como era el caso de Muros, Fisterra o Corcubión.

Una construcción tradicional de salazón solía contar con la vivienda al frente, la salazón con los lagares en un lateral y el sistema de prensado en otro, separados por un espacio que se llamaba “claro”. Cuando las lanchas y galeones varaban en las playas o atracaban en los pequeños muelles, se acarreaba el pescado hasta la salazón y se volcaba en los lagares, que en un principio eran redondos y de madera, pero más adelante, con la llegada de los catalanes, pasaron a hacerse de grandes losas de granito.

El sistema tradicional gallego de conservación de la sardina en sal requería sacar la cabeza y las tripas a las sardinas una a una, aunque su salazón era diferente dependiendo de su finalidad: si era para autoconsumo de marinero y su familia se salaba y se dejaba en los lagares hasta que se consumía; si era para la venta, después de su limpieza y lavado, la sardina tenía que estar en los lagares con sal durante veinticuatro horas y, después, se colocaba en los tabales por capas alternando con sal y sin prensar. En cambio, con el sistema introducido más adelante por los catalanes no era necesario la limpieza de la sardina, sino que ésta se colocaba entera en los lagares que estaban mediados de agua con sal (lo que queda claro era que con cualquiera de los dos sistemas lo que se necesitaba era una gran cantidad de sal). Después de estar la sardina en los lagares en salmuera el tiempo correspondiente, se extraían, se lavaban y se devanaban; a continuación se introducían ordenadamente en los tabales y, después, se prensaban.

En cuanto a las fábricas de salazón en Corcubión, se sabe que existían, por lo menos, cuatro en la zona de Quenxe, una en Boca do Sapo, una en la Isla Lobeira Grande y varias en el pueblo. Lo que no se sabe con certeza es si todas llegaron a funcionar, como es el caso por ejemplo, del edificio que hasta hace unos años albergaba el Museo Marítimo Seno de Corcubión. Este edificio fue construido, inicialmente, como fábrica de salazón, pero no hay constancia de que funcionase como tal.